Plomos de Sacramonte y los libros Plumbios
LOS PLOMOS
DEL SACROMONTE. UNA
ESTRATEGIA PARA LA SUPERVIVENCIA
“De aquella nación, más desdicha que prudente,
sobre
quien ha llovido
estos días un mar de desgracias, nací yo de
moriscos engendrada”
Don quijote de la Mancha, 2ª parte, cap. 63
1.- Introducción
A
finales del siglo XVI sucedieron en Granada una serie de acontecimientos, que
fueron catalogados de extraordinarios, y que la conmocionaron profundamente.
Hoy en día aun son visibles algunas de sus consecuencias. De hecho cada primero de febrero, Granada celebra la
festividad de San Cecilio, su Santo Patrón, con una fiesta religiosa, en las
que entre otras actividades se veneran las reliquias del santo, acompañada de una de las más populares
romerías de Andalucía. El origen de estas tradiciones tuvieron su origen en el
período más crítico del reinado de Felipe II; guerra de las Alpujarra
(1568-71), la derrota de la “Armada Invencible” (agosto 1588), la cada vez más
problemática guerra con los protestantes del norte de Europa, la presencia
amenazante de los turcos en el Mediterráneo, las crisis económicas en las que
España estuvo al borde de la bancarrota, circunstancias todas ellas que venían
a descubrir que el Imperio Español empezaba a tener los días contados como
potencia Europea.
Pero en el interior las cosas no le iban
mejor; al problema judío ya resuelto al comienzo de siglo, les siguió el problema de los moriscos, que en mayor
cantidad que los anteriores, constituían una fuerza productiva importante,
sobre todo en Aragón y el Levante, aunque no exenta de problemas. La
confrontación entre el Estado y los grupos de moriscos disidentes que no
aceptaban la religión y la cultura imperantes de la época, lo que llevó a la
confrontación armada en las Guerras de las Alpujarra, provocó un rechazo
colectivo reflejado por medio de un discurso hegemónico separatista. Este
discurso deslegitimador del morisco provenía de una histórica confrontación
religiosa, económica, política, social y cultural entre el Islam y el
cristianismos, aversión que aumentaría
considerablemente con la expansión del imperio Otomano, y la sospecha de
colaboración de los moriscos con ellos.
En los
últimos años del siglo XVI, y bajo esta atmosfera irrespirable, tuvieron lugar en Granada unos sorprendentes
hallazgos. Se fueron descubriendo de forma “fortuita”, y a lo largo de siete
años, unos objetos que decían ser reliquias de varones apostólicos y unos
textos escritos sobre planchas de plomo que se identificaban como revelados por
la Virgen y Santiago a dos de sus discípulos y en los cuales se daban noticias
de la llegada a Granada del Apóstol Santiago y de San Cecilio, entre otros
santos, y de su posterior martirio en tiempos de Nerón. Estos textos exponían
complejas doctrinas a modo de síntesis entre el cristianismo y el Islam.
En
aquellos tiempos la ciudad de Granada, que estaba habitada por dos grupos
sociales altamente diferenciados desde el punto de vista religioso: los cristianos,
viejos y nuevos, y los moriscos que vivían momentos difíciles de
enfrentamientos entre ellos, se sintió conmovida desde sus cimientos. El
impacto de estas invenciones sobrepasó las fronteras nacionales, tomando parte
en las disputas sobre su autenticidad destacados intelectuales y eclesiásticos
y todavía hoy, a pesar de conocerse la falsedad del asunto, son innumerables
las investigaciones, congresos y publicaciones, que siguen ocupándose del
asunto
En
líneas generales y en base a textos contemporáneos a los descubrimientos, se
puede asegurar que la trama fue obra de unos moriscos cultos en un momento crítico
en la ciudad de Granada; y que estos hallazgos, incluidas las supuestas
reliquias de los santos, fueron sembrados por unos hombres al borde de la
desesperación, en el lugar llamado “Valparaíso”, conocido desde aquellos
descubrimientos como “Sacro Monte”. En términos generales puede decirse que los
moriscos que estaban detrás de esta falsificación histórica, encarnaban el
último esfuerzo, casi patético, de integrarse en la sociedad creada por los
Reyes Católicos tras el fin de la Reconquista, y que los textos que aparecen en
los también conocidos cono “Libros Plúmbeos del Sacro Monte” son el último
testimonio escrito en lengua árabe de la civilización andalusí, ya en penosa
fase final: la morisca.
Hacia
poco tiempo que había finalizado la Guerra de las Alpujarra y la población morisca
estaba siendo trasladada al norte de África y a otros lugares de la Península.
Con los textos, que aparecían escritos en los también conocidos como “Libros
Plúmbeos”, los autores de la farsa histórica, intentaban unir cristianismo e
Islam, manteniendo la lengua árabe como su principal seña de identidad.
Pretendieron generar la opinión de que hablar árabe no significaba ser
musulmán, puesto que había árabes cristianos, que como san Cecilio, acompañando
a Santiago, habían venido a la Península mucho antes de la invasión islámica.
Finalmente,
y a pesar de que los hallazgos, incluidas las reliquias, habían sido
calificados como auténticos por una Junta Eclesiástica en Granada en1600, el
papa Inocencio XI tras casi un siglo de discusiones teológicas, declaraba en
una Bula de 1682 que “todo” lo contenido en los textos hallados en Granada son
ficciones humanas, fabricadas para la ruina de la fe católica y los condenaba
no sólo por ser contrarios a la Sagrada Escritura, sino también por los
resabios coránicos que contenían. Curiosamente en la misma bula se hace expresa
mención de las reliquias halladas y aprueba su veneración y se las acepta como
verdaderas, a pesar de que su autenticidad viene avalada por unos textos, los
“Libros Plúmbeos” que fueron calificados de falsos.
2.-
Antecedentes históricos.
El
31 de marzo de 1492 la Reina Isabel de Castilla, firma un decreto por el que se
expulsa a los judíos del reino, tras lo cual serían sólo dos las creencias que
coexistirían en España, la cristiana y la musulmana. El número de miembros de
esta última religión, parece que no llegó a rebasar el seis por ciento del
total de la población, con un valor absoluto de unos 300.000 individuos,
cantidad que paulatinamente iría decreciendo a lo largo del siglo XVI. Esta
población de mudéjares estaba repartida principalmente por Aragón, Valencia y
Granada.
Unos
meses antes de la expulsión de los judíos, el 25 de noviembre de 1491, se firma
las llamadas “Capitulaciones de Granada”, un acuerdo pactado entre los Reyes
Católicos y Boabdil, el último rey nazarí, para la entrega del reino
musulmán de Granada. Las condiciones de
rendición fueron tan generosas para los vencidos, que hoy se podría
interpretarlas, visto el cariz tan contrario que con el tiempo tomarían estas
relaciones, como una clara muestra del deseo de Isabel y Fernando de terminar
una guerra como fuere, más que la intención
de llevar a la práctica el espíritu de tolerancia que habían reflejado
en las Capitulaciones.
En
cualquier caso, el compromiso de las autoridades españolas, tal como se recoge
en el acuerdo de rendición, propiciaba la formación de una sociedad dual en la
que debían de coexistir dos comunidades con modos de vida y creencias
religiosas diferentes. El generoso talante de aquel momento con respecto a la
población mudéjar se expresaba a través de una cierta libertad de: movimiento,
comercio, autogestión, además de una actitud respetuosa por parte de los
cristianos viejos al uso del derecho
islámico por la población musulmana, con la única contrapartida por parte de la
población musulmana, de guardar fidelidad a los Reyes Católicos, y en el
entendimiento de los castellanos que la población mudéjar finalmente acabaría,
por propio convencimiento, aceptando la religión, la lengua y las costumbres de
los cristianos viejos, con lo que la castellanización se lograría, finalmente,
en todos los territorios de la Corona, actitud que se podría resumir en la
voluntad decidida por parte de los cristianos de eliminar “lo moro de los
moriscos”
La
situación de coexistencia pacífica, sufre un
punto de inflexión con la llegada a Granada en 1499 de Francisco Jiménez
de Cisneros, el que más tarde será conocido como el Cardenal Cisneros. Aunque
el acuerdo tácito era que la población musulmana se iría convirtiendo al
cristianismo, parece que por aquella época las conversiones aun eran escasas.
Esto no debió gustar a Cisneros, lo que le llevo a poner en práctica
actuaciones de gran intransigencia contra los mudéjares, y cuyo acto más
simbólico fue la celebre confiscación y quema pública de libros islámicos, lo
cual iba a convertirse en una de las principales causas de la primera
insurrección armada de los hispanomusulmanes de las Alpujarra.
Obtenida
la victoria sobre los mudéjares (el sultán turco Bayaceto II desoyó la petición
de ayuda) los monarcas creyeron llegado el momento de poner fin al conato de
sociedad dual, originada a partir de las Capitulaciones. Era la constatación
del triunfo de la intolerancia, gestándose desde el poder un verdadero programa
para erradicar de las tierras granadinas el Islam, en sus más variados
aspectos. Para ello el 11 de febrero de 1502, tan sólo diez años después de la
rendición de Granada, se hace público un edicto por el cual los mudéjares o
tenían que aceptar de forma forzosa el cristianismo o serían expulsados del
territorio peninsular. Los mudéjares bautizados pasaron, desde entonces, a ser
conocidos como moriscos.
Tras
el edicto de conversión forzosa las relaciones entre moriscos y cristianos, en
toda la Península se hacen cada vez más complicadas. En este proceso de
deterioro continuo, hasta llegar a la solución final, se suelen identificar
hasta cuatro etapas. La primera, de 1500 a 1525, abarcaría, como hemos apuntado
la conversión forzada de los mudéjares y la primera rebelión en las Alpujarra,
y las posteriores revueltas que se extienden por el resto de la Península,
claramente motivada por la política intransigente hacia las costumbres arábigas
del Cardenal Cisneros. Aplastada la primera revuelta de las Alpujarra en 1502
se publica una pragmática que ordenaba la expulsión de todos los
hispanomusulmanes no convertidos. La población arábiga de Granada se transformó
automáticamente en “cristiana”. Posteriormente las revueltas se extienden al
resto de la Península, aunque estás con un carácter más político y económico,
aunque finalmente todas ellas quedaron sofocadas en 1525.
La
segunda fase de 1525 a 1555, ya asentado el Emperador Carlos en sus reinos
peninsulares, se caracteriza por una situación de cierta tolerancia, que venía
a recordar tiempos pasados de coexistencia pacífica entre hispanos de distintas
religiones. Aunque se distan pragmáticas que prohíben los usos y formas de vida islámica de los
moriscos, nunca fueron llevadas plenamente a la práctica.
Con
la subida al trono de Felipe II en 1556, comienza la tercera fase 1556-1570, y
con ella se inicia un cambio en la situación internacional. En la década de los
cincuenta, los turcos y los berberiscos amenazan al Mediterráneo occidental y
se empieza a pensar en el morisco como una quinta columna que amenaza a la
Monarquía Española. Además nuevas presiones religiosas derivadas de la
finalización del Concilio de Trento (1545-1563) iban encaminadas a la explosión
final. En este ambiente más hostil hacia el morisco, se dictan nuevas
pragmáticas que prohíben el uso de ropa y de la lengua árabe. Además, en
Granada, se hunde la industria de la seda, su principal fuente de producción, y
con ello el principal condicionante para
que se produzca una nueva revuelta, ésta aun más sangrienta que la anterior, conocida como la “Guerra de Granada” (1568-1571).
Los historiadores consideran que este conflicto ha sido uno de los más crueles
de la Historia de España, pues además de tratarse de una guerra entre españoles, ésta estuvo llena de fanatismo
religioso por ambos bandos. Fue una lucha entre dos culturas; la cristiana, que
deseaba imponer su sistema de vida en toda la extensión de la expresión y la
hispano-musulmana que se defendió
desesperadamente ante el peligro de su inminente extinción.
Un
año antes de su derrota, se expulsó a los moriscos de las tierras bajas con el
fin de cortar el suministro a los sublevados de las montañas. Así, en 1569 se
había ordenado deportar a los habitantes de la vega de Guadix y Baza junto con
los vecinos del Albaicín granadino. Finalmente fueron unos 3500 los conversos
granadinos que se instalaron en Castilla.
La
cuarta fase se sitúa entre los años 1571 y 1610. En estos años existió un
movimiento en Europa, coincidiendo con las guerras de religión en Francia
(1562-1598) de unión entre protestantes y árabes hostiles a la Corona Española,
lo que venía a complicar aún más la incomprensión entre cristianos y moriscos.
La represión se recrudece y una Junta reunida en Lisboa propone expulsarlos de
La Península, acuerdo que se presenta al Consejo de Estado el 19 de septiembre
de 1582.
Aunque
la propuesta aún no se haría realidad, la expulsión no llegaría hasta 1609, el
sólo hecho de formularla fue un aviso que envenenaría aún más las relaciones
entre cristianos y moriscos. No es una casualidad que el mismo día, el 9 de
abril de 1609, en que Felipe III firma el decreto de expulsión, se firmara la
tregua con los protestantes holandeses tras la guerra de los doce años. Con
este gesto el rey le estaba transmitiendo al mundo que: Hemos pactados con los
herejes protestantes, pero somos capaces de expulsar a unos 300.000 españoles,
el 5% de la población española de aquel tiempo y hacer desaparecer de la faz de
la tierra a toda una comunidad cristiana a todos los efectos teológicos y
legales, pero que sus costumbres no les permitía la convivencia con el resto de
la población hispana. Aquella cantidad de población expulsada es como si hoy se le negara la residencia a unos dos millones de personas, que aún
sintiéndose españoles, su religión no le permitía compartir el futuro con el
resto de la población.
Será
en contra de esta atmósfera de opresión y bajo la amenaza de un destino
sombrío, cuando algunos moriscos de Granada se revelan otra vez contra aquella
situación, pero escaldados por el trágico desenlace que tuvo para ellos la
guerra de las Alpujarra, ahora atacan con la persuasión como única arma, y
optaran por un modo más sutil de ejercer sus derechos invocando, a través de
las ideas contenidas en los Libros Plúmbeos, suscitar el espíritu de
coexistencia pacífica que un día reinó en Toledo.
Libro Plumbio
3.-
Los hechos
Será
en este agobiante ambiente de la Granada de finales del siglo XVI, cuando se
produjo un hallazgo que suscitaría mucho interés y polémica, no solo en
Granada; el rey Felipe II, y el Vaticano fueron observadores interesados, y que
pudo sobrevivir más de un siglo, gracias a una curiosa combinación de
voluntades interesadas en su supervivencia, y que aún hoy sigue consumiendo
mucha tinta y papel.
En
el año 1588, a pocos pasos de la los restos mortales de los Reyes Católicos,
unos obreros, posiblemente moriscos, tal como se observa en el grabado de la
época de F. Heyan, estaban trabajando en el derribo del antiguo alminar de la
Mezquita Mayor de Granada, llamada Torre Vieja o Torre Turpiana, que
obstaculizaba la construcción de la Catedral de Granada. El 18 de marzo, día
del Arcángel San Gabriel, el ángel más importante en el Islam, los peones que
trabajan en el derribo “descubrieron” entre los escombros una pequeña caja de plomo que no lograron
abrir hasta el día siguiente, San José.
Sin
entrar aún en detalles sobre el contenido de la caja, es ya patente, la buena
planificación del asunto. En primer lugar haber escogido ese particular año de
1588, cuya significación astrológica seguramente era conocida por los moriscos.
El astrónomo Regio Montano (1436–1476),
había predicho 120 años antes, el fin del mundo. Según sus predicciones el
cielo de Europa se vería cubierto, en ese año, de espadas y otros portentos, lo
surcarían peces recamados de cruces y se verían hasta cinco soles diarios. No
deja, asimismo, de ser significativo que
se escogiera el día de San Gabriel, el santo más venerado del Islam; la
tradición islámica, lo coloca en un puesto privilegiado, ya que fue el medio a
través del cual Dios designó a Mahoma como su profeta para que revelase el
Corán, además de acompañar a Mahoma en su ascensión a los Cielos. Por tanto no
es de extrañar que tratándose de un asunto directamente conectado con el Islam,
fueran peones moriscos, los que realizaran el sorprendente descubrimiento.
En
cuanto al contenido de la arqueta, de cuyo interior se desprendía una
extraordinaria fragancia, lo que fue interpretado como signo de santidad, se
encontraron varios objetos al cual más sorprendente: Un supuesto paño que
perteneció a la toca de la Virgen María, y con el que se enjugó las lágrimas el
día de la crucifixión de Jesús y que su sólo tacto sería generador de milagros,
un hueso del protomártir San Esteban, arenas entre negruzcas y azules, así como
una tablilla con la imagen de la Virgen en traje de “egipciana”, lo cual podía
significar un reconocimiento tácito al pueblo gitano, de frecuente trato con
los moriscos.
Pero
quizá el objeto más curioso que contenía la caja era un pergamino, que contenía
un escrito de la propia mano de San Cecilio, futuro Patrón de la ciudad de
Granada, el cual una vez descifrado en las tres lenguas en que estaba escrito,
árabe, latín y castellano, resultó ser de lo más inverosímil.
El
pergamino contiene dos textos escritos por la “propia” mano de San Cecilio. En
el primero se recoge una profecía del
Evangelista San Juan, milagrosamente redactada en castellano, sobre el fin de
los tiempos. Otra parte del texto, además de anunciar la venida de Mahoma en el
siglo VII, adelantaba la llegada de Lutero, en forma de dragón, en el siglo XVI,
quien dividiría a la cristiandad en sectas. Estas profecías, según se indica en
otra parte de pergamino, fue recogida por San Cecilio, quién lo habría
recibido, junto con los otros objetos, de la mano de San Dionisio Aeropagita, a
su paso por Atenas en el siglo I y que el presbítero Patricio recibió (Hagerty
pag. 327) a su vez de San Cecilio, que viendo que su muerte estaba cercana, se
la entregó en Granada para que allí la ocultara y mantuviera lejos de las manos
de los moros. Todo ello rubricado con la firma de San Cecilio, Ibn al-Radi
al-Arabí, en árabe naturalmente.
Lo
que más debió de impresionar a los granadinos y causar viva emoción, sería que
por primera vez se tuviera noticias directas y concretas de su patrón San Cecilio. Como más tarde se descubrirá
en uno de los plomos encontrados, sus autores, San Cecilio y San Tesifón, entre
otros mártires, yacían por las inmediaciones del lugar conocido como
Valparaíso, luego llamado Sacro Monte, por lo menos lo que de ellos quedó al
ser quemado vivo bajo el pérfido Nerón. La lámina de plomo en donde esto se
indica, fija la fecha del martirio de San Cecilio el día 1 de febrero, siendo
esta las fecha en que hasta hoy los granadinos celebran su festividad. “EN EL AÑO SEGUNDO DEL IMPERIO DE NERÓN,
PRIMERO DÍA DE FEBRERO, PADECIERON MARTIRIO EN ESTE LUGAR ILIPULITANO S.
CECILIO, DISCÍPULO DE SANTIAGO, VARÓN DOTADO EN LETRAS, LENGUAS Y SANTIDAD.
COMENTÓ LAS PROPHECÍAS DE S. JUAN APÓSTOL: LAS CUALES ESTÁN PUESTAS CON OTRAS
RELIQUIAS EN LA PARTE ALTA DE LA TORRE INHABITABLE TURPIANA, COMO ME LO DIJERON
SUS DISCÍPULOS QUE PADECIERON MARTIRIO CON EL S. SELENTRIO Y PATRICIO, LOS
POLVOS ESTÁN EN LAS CAVERNAS DE ESTE SAGRADO MONTE EN MEMORIA DE LOS CUALES SE
VENERE.”
En
Granada, los descubrimientos fueron acompañados, según cuentan las crónicas, de
resplandores, luces y apariciones; los milagros se multiplicaron; toda clase de
enfermedades se remediaban invocando a los mártires, con San Cecilio a la
cabeza. Los actos de fe se hicieron constantes; procesiones, colocación de
cruces en el camino al Sacro Monte, concentraciones, etc.
Siete
años después del primer hallazgo en 1588
en la torre Turpiana, fueron apareciendo hasta veintidós nuevos descubrimientos
en el paraje conocido como Valparaíso, enfrente del Generalife. El primer
hallazgo fue “descubierto” cuando unos buscadores de tesoros, ocupación algo
habitual entonces, y guiados por un
libro de “recetas” encontraron, el 21 de febrero de 1595, en una cueva de
Valparaíso el primer “Libro Plúmbeo”. Este primer hallazgo, consistió en unas
láminas de plomo, escrito en una mezcla, de castellano y latín, y que hacia
referencia al martirio de San Mesitón, ocurrido bajo el poder de Nerón. Se
intensificaron las labores de búsqueda y fueron apareciendo otras láminas
referentes a otros mártires. El 30 de abril aparecería la última de las
conocidas como láminas latinas (Hagerty pag 34). Esta lámina aparentaba ser una
plancha sepulcral de nada menos que de San Cecilio. En ella se refiere que el
primer obispo de Íliberi sufrió martirio en aquel sitio. Además, se decía que
un escrito a un comentario al Evangelio de San Juan, estaba escondido con otras
reliquias en la parte alta e inhabitable de la Torre Turpiana, haciendo clara
referencia al primer hallazgo allí encontrado. Junto a estas láminas se
hallaban, huesos y cenizas de San Cecilio, inmediatamente elevadas a la
categoría, hasta hoy, de “reliquias veneradas”.
Entre
abril de 1595 y 1599, aparecieron un total de 22 conjuntos de láminas de plomo,
que luego vinieron a denominarse impropiamente “Libros Plúmbeos”, pues ni la
forma y tamaño de las láminas, ni la disposición son muy semejantes a un libro
convencional. De hecho los objetos que se iban encontrando consistían en
pequeñas láminas redondas u ovoides, muy delgadas, y de plomo, a las que a veces mantenían
ensartadas un hilo del mismo metal. Dieciocho de las veintidós láminas aparecen
como redactadas por San Tesifón, otro de
los discípulos del Apóstol Santiago. Están escritas por ambas caras con fino
buril, y los misteriosos caracteres
arábigos en que están escritas son del tipo que los moriscos llamaban
salomónicos, que sólo se diferencia del arábigo en leves modificaciones y en la
pronunciada angulosidad de los trazos, buscando una apariencia antigua, ya que
se indica que su fabricación databa del siglo I.
Texto de los libros Plumbios
4.-
Su contenido ideológico.
El
contenido de los libros Plúmbeos” tiene un tema común: proporcionar noticias y
doctrinas del cristianismo por boca de importantísimos personajes de los
primeros tiempos evangélicos, en especial la Virgen María y el apóstol
Santiago, dentro de un tono ambiguo en torno a los dogmas fundamentales de la
fe. El contenido de los Libros Plúmbeos es variado, pero a grandes rasgos se puede decir que se concentran en
contenidos de Historia Eclesiástica y de Dogma. Los supuestos autores de estos
escritos apócrifos fueron San Cecilio y San Tesifón, sobre los que se sabía muy poco de manera precisa en la
Granada de aquel tiempo. Posiblemente por esta razón los eligieron los
falsificadores y por lo mismo lo hicieron aparecer como árabes. Así se
explicaría la lengua árabe en la que están escritos, y de paso, mejoraría la
consideración pública de los moriscos. Como se ha demostrado, la finalidad de
los Libros Plúmbeos era la de salvaguardar
la supervivencia de la minoría morisca de Granada y, por extensión de
España, mediante una especie de campaña propagandística, destinada a dignificar
la cultura y la lengua árabe en la Sociedad de los Austria, cada vez más
intolerante con todo lo que no se ajustaba a su estrecha visión de la realidad.
Los moriscos y sus cómplices, creían que si la opinión de la sociedad granadina
hacia sus raíces mejorara, no se llevaría a cabo la expulsión que ya planeaba
sobre sus cabezas.
No
cabe duda, que en primera instancia, todo este extraño juego de doctrinas, bien
aderezado al estilo oriental, profético y legendario, abría “horizontes de
esperanza” para el pueblo morisco, herido de muerte por las sucesivas
pragmáticas represivas de Felipe II o el desastre de las Alpujarra; y al tiempo
que brindaba este consuelo, tranquilizaba las conciencias de los moriscos,
formalmente convertidos al cristianismo.
Aunque no se discute que la intención primera fuera
la de intentar salvaguardar la vida y hacienda de los moriscos granadinos, hoy en día los estudios académicos que se
realizan sobre este asunto apuntan a la idea, de que lejos de tratarse
únicamente de una fabulación netamente morisca, debieron de intervenir en su
gestación personajes ajenos a aquel mundo y más cercano a la elite de
cristianos viejos dominantes. Esta teoría parece sustentarse en la fuerte
conexión que la ideología contenida en
los libros plúmbeos tiene con ciertas tradiciones medievales cristianas, con la
teología católica o con la problemática político-religiosa de la España de
aquel tiempo.
De
modo paradójico, se establece, desde el primer descubrimiento, un extraño
maridaje entre el interés de los moriscos por sobrevivir y los intereses más
queridos por algunos de los representantes de la Iglesia: La demostración de la
estancia de Santiago en España (Hagerty pag. 135), la defensa del dogma de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María (Hagerty pag. 93), puesta en duda en
aquel tiempo por parte de la propia iglesia, además de la importancia de España
y de Granada en el desarrollo y expansión del
primer cristianismo, así como la
llegada y martirio de San Cecilio en Granada y el hallazgo de sus reliquias.
En
cuanto a la ciudad de Granada, el gran beneficio de aquellos hallazgos era, sin
duda, hacerla resaltar como ciudad santa
y antigua frente a las ciudades de España.
En aquel tiempo la curia hispana
mantenía discusiones sobre la preponderancia de ciudades como Santiago de
Compostela, Toledo y Granada. La enorme impresión que provocó el primer
hallazgo, no sólo a España sino también al mundo islámico y a la cristiandad,
animaría a sus autores a dar a su proyecto un cariz más ambicioso, urdiendo la
continuidad de la trama con la fabricación de los “plomos”.
El
contenido más controvertido, y el que finalmente le llevaría a su posterior
condenación, sería la extraña naturaleza de ese cristianismo que proclamaban,
conducía a imbuirle de unas evidentes identidades islámicas, presentadas de
forma ambigua para que pudiera ser aceptable por el cristianismo
El hilo
conductor de este novelesco asunto, hoy se afirma, era la unión
de las dos principales tradiciones religiosas, desaparecido ya
prácticamente el judaísmo, aun presentes en la Península Ibérica; la máxima
pretensión a escala universal, sería
conseguir un Islam cristianizado y un cristianismo islamizado.
Hoy
en día los historiadores mantienen, que el conjunto de los libros de plomo
pretendían una amalgama de cristianismo e islamismo, mediante la cual se
suministraría un credo común para ambas religiones. Se admitía la
supremacía e infalibilidad pontificia,
la doctrina de la Inmaculada Concepción, en aquel momento puesta en cuestión
por una parte de la Iglesia. Sobre un fondo monoteísta de corte islámico
aparecía Cristo, no como hijo de Díos, sino como “espíritu o manifestación de
Dios”. Sobre la monogamia y el culto a las imágenes se guarda un significativo
silencio, ya que a este punto controvertido, era difícil encontrarle una
solución que satisficiese por igual a
musulmanes y a cristianos. Tampoco se habla nada del vino de la consagración, y
sí mucho de abluciones con agua.
Junto
a este aspecto de proponer amalgamar religiones tan dispares como el Islam y el
Cristianismo, habría que añadir el hecho, de que se presenten a los árabes como
nuevo pueblo elegido (Hagerty pag. 130), e incluso como los primeros
evangelizadores de la Hispania pagana. De hecho se aseguraba que la raza y la
cultura de San Cecilio eran Árabes, y que sería la raza morisca la que haría
posible, en un futuro Concilio Ecuménico a celebrar en Chipre, y presidido por
el papa, la conversión de todo el mundo a este cristianismo reformado.
El
plomo donde más claramente se recogen estas ideas de convivencia entre ambas
religiones a la vez que se exalta al pueblo árabe y su civilización es el que
se titula como “Historia de la certidumbre del Santo Evangelio”. Se trata de un
evangelio transmitido por la mismísima Virgen María a Santiago. Congregados los
Apóstoles en la casa de la Virgen, después de la venida del Espíritu Santo, les
dice, que por orden de Dios trasmitida a
través del Arcángel San Gabriel, les muestre la certidumbre del evangelio
glorioso, tal como el mismo Dios hizo descender sobre ella, después de haber
mantenido un coloquio espiritual con Él. Posteriormente, y en la misma lámina
es el apóstol Santiago el que da cuenta de su viaje, desde oriente a occidente
y como este viaje lo realiza con sus discípulos árabes (¿dónde dejamos al
Santiago matamoros?) y la posterior llegada a Hispania, primero a su parte
oriental, a Granada, para posteriormente dirigirse al occidente, a Santiago de
Compostela.
5.-
La polémica.
Podremos
imaginar la conmoción que debieron
suscitar estos misteriosos y milagrosos “tesoros” entre el pueblo granadino y
las jerarquías civiles y eclesiásticas, en el marco de un ambiente en el que
las cuestiones religiosas apasionaban a todos los estamentos sociales, para los
cuales la religión, mezclada a todo, era el gran asunto de sus vidas. No es de
extrañar, por tanto, el éxito inicial que tuvo el hallazgo de la Torre Turpiana
y el resto de los posteriores descubrimientos. Granada, tras las noticias que
los hallazgos aportaban sobre San Cecilio, ya no tendría que solicitar
reliquias a Roma para así potenciar a la
diócesis. Y algo más: por los “Plomos” Granada pasaba a ser, de la mañana a la
noche, la cuna de la cristiandad española y la ciudad elegida por Santiago como
punto de inicio de su periplo evangelizador por la Hispania pagana, que más se
podía pedir.
Será
bajo este estado de intensa e interesada espiritualidad cuando surge en Granada
un clamor en defensa de la autenticidad de los hallazgos. A la cabeza de los
defensores nada más y nada menos que el propio Arzobispo de Granada, don Pedro
de Vaca y Castro (+ 1623), no en vano en la “Historia de la certidumbre del
santo Evangelio” decía la Virgen que los “plomos se descubrirían por mano de un
santo sacerdote”. Este prelado con el tiempo se convertiría en el más tenaz
defensor de los hallazgos del monte de Valparaíso. Resulta así, que se dio una
curiosísima combinación de voluntades. De un lado, la de algunos moriscos,
personas humilladas, de vida marginada y mentalidad fantástica y
orientalizante; y de otro, la de un castellano viejo, cristiano viejo católico
a marchamartillo, ansioso de gloria y de luchas teológicas. Se ha escrito, que
el Arzobispo no sólo aprendió árabe, para mejor entender los textos hallados,
sino que también fue contrario a la expulsión de los moriscos, bién por la
doctrina hallada en los “libros” o por interés político-social.
Frente
a este grupo de defensores de los hallazgos sacromontinos, se situó otro grupo,
éste negando de forma contundente la autenticidad de los descubrimientos,
textos y objetos, tachados de farsa. A la cabeza de este grupo se situó el gran
erudito, Benito Arias Montano (1527-1598), que en carta enviada a Pedro Castro,
le demuestra con contundentes y múltiples razones la falsedad de los “Plomos”.
En
primer lugar Arias Montano, a la sazón secretario de Felipe II, demostró
que pergamino no era antiguo, sino que
había sido maltratado para darle la apariencia de tal, la letra utilizada es
moderna y escrita de forma que pareciera habitual en el siglo I, además la
supuesta firma de San Cecilio, en árabe, está realizada con otra pluma y
distinta tinta. Finalmente, y no sin
cierta ironía, el reconocido humanista comenta la extrañeza de que San Cecilio,
en el siglo I, escribiera en el castellano que se usaba en el siglo XVI en
España.
Pedro
de Castro, a pesar de la contundencia de aquellas razones y quizá también por la
retirada a Sevilla de Arias Montano y su negativa a seguir con este juego para
él imposible, siguió manteniendo su posición sobre la autenticidad de los
hallazgos, y recopilando opiniones de otros sabios y menos sabios a favor de la
santidad de lo hallado. Mucho debió tener que ver en la euforia a favor de los
“Plomos”, la carta que el 4 de mayo de 1595, dos meses después del hallazgo del
primer “Plomo”, le escribió Felipe II: “holgado mucho que en nuestro tiempo se
haya hallado tan precioso TESORO, que por tal se puede tener, y por muy cierto
según los argumentos y premisas que de ellos hay…y doy gracias a Dios que este
TESORO se haya hallado en mi tiempo y en el de mi indisposición”. Parece
evidente que, para el rey castellano, el tesoro descubierto era un signo del
favor divino que le asiste; un tesoro que providencialmente confirma y alienta
sus designios católicos.
Para
apreciar el celo que el Arzobispo Pedro de Castro puso en la defensa de los
“Plomos” sólo hay que observar que él a su costa comenzó en el año 1600, cuando
la Iglesia proclamó la santidad de lo hallado, la construcción de lo que hoy es
la Abadía del Sacro Monte. Cuando en el año 1610 se pararon las obras por
traslado del arzobispo a Sevilla, se había gastado en la obra más de 600.000 ducados.
Es
cierto que, pasado el estupor de los primeros momentos, comenzaron a oírse las
voces de firmes opositores, pero sin fuerza por ahora. De hecho el Arzobispo
Castro convocó sendas Juntas de teólogos en 1596 y 1597, declarándose por
unanimidad la santidad de las reliquias, así como la autenticidad de la
ortodoxia del contenido del primer pergamino y de los libros plúmbeos
descubiertos.; esto a pesar del breve de papa Clemente VIII de 1596, en que prohibía cualquier afirmación
o negación a cerca de los “Plomos”. Reanudada las deliberaciones, tras la
muerte de Felipe II y una vez que finalizó la peste que se había cernido sobre
Granada, la Junta de Teólogos, con la aprobación del nuevo rey, Felipe III,
proclamó el 30 de abril de 1600, con toda solemnidad, como auténtico todo lo
hallado y que el monte Valparaíso y las cuevas allí situadas debieran ser
considerados en conjunto como lugar santo, conociéndose desde entonces con el
nombre de Sacro Monte.
Frente
al entusiasmo del prelado y de gran parte de la ciudad de Granada, se hallaba
el Nuncio de la Santa Sede y los eruditos más respetados del momento. Los
argumentos en contra de la autenticidad de lo hallado seguían siendo las que ya
había planteado Arias montano: inverisimilitud lingüística, errores tipográficos,
y como novedad el deslizamiento de ideas islámicas condenadas por la teología
católica.
¿Que
pensaba Roma entre tanto? Desde los primeros descubrimientos el Vaticano estuvo
informado con la misma puntualidad con la que lo era la Corona Española.
Aparentemente en Roma, se aplaudía y vitoreaba este gran descubrimiento, nunca
Roma se posicionó sobre la autenticidad
de los hallazgos manteniendo siempre
una actitud bastante delicada,
puesto que mientras el cuestionamiento se dirigía hacia la autenticidad de los
“Plomos” y su contenido, las reliquias encontradas se mantuvieron fuera de la
discusión.
Después
de varios viajes a Madrid y vuelta a Granada y tras la insistencia de Roma, los
“Plomos” llegaron al Vaticano en 1641, donde se han mantenido hasta su traslado
a Granada en el año 2000. Allí de nuevo se tradujeron de los textos, mientras
que las láminas fueron estudiadas por
anticuarios y todo tipo de peritos plateros, latoneros, herreros,
caldereros, plomeros y demás artífices de metales, coincidiendo todos en la
falsedad histórica de las láminas de plomo.
Finalmente
el 6 de marzo de 1682, casi un siglo después de su primer descubrimiento, el
papa Inocencio XI firmaba el Breve, en el que se declaraba que todo lo
contenido en el pergamino de la Torre Turpiana y en las láminas de plomo, eran
ficciones humanas, fabricadas para ruina de la fe católica y lo condenaba no sólo por contener doctrinas opuestas a la
letra de la Sagrada Escritura, sino también por los resabios coránicos e
islámicos que son perceptibles en los
textos. Curiosamente en la misma Bula papal se hace expresa mención de las
reliquias halladas junto con los libros, cuyo único testimonio de autenticidad
crítica le venía de los “plomos”, y aprueba su veneración y se las acepta como
verdaderas.
A
pesar de que se condenaran y se prohibieran, los “Libros Plúmbeos” han tenido,
curiosamente, una gran trascendencia sobre la teología católica. Sin contar con
la veneración que, desde entonces, y a pesar de la condena de su sustrato crítico,
tienen en Granada las reliquias, la creencia en el dogma de la Inmaculada
Concepción de la Virgen María, defendida y proclamada claramente en los “Libros
Plúmbeos”, cuando era muy cuestionada incluso desde dentro de la propia Iglesia
Católica. Sin olvidar la importancia que los libros tuvieron en el
fortalecimiento de creencias algo enfriadas en aquel tiempo, como era la
llegada de Santiago y sus discípulos a Hispania y su enterramiento y feliz
hallazgo en la Galicia del siglo IX, o el patronazgo que Granada concedió desde
entonces a San Cecilio.
Como
ya se ha comentado, la fabulación de los “Libros Plúmbeos” contiene en su base
ideológica tal cantidad de coincidencias
con las tradiciones medievales cristianas, con la teología católica y con la
problemática político-social de la España del siglo XVI, que cabría pensar que
tras este asunto debe haber aún, hoy en día, un montón de aspectos a dilucidar:
autoría de las falsificaciones, es decir remitente reales del mensaje, a
quiénes se dirigía y quienes y porqué
defendieron con tanto ahínco su autenticidad, cuando eran unas falsificaciones
bastante evidentes.
Torre Turpiana
Aparición del cofre con los textos de los santos y el derribo de la Torre Turpiana
Ideología islámica en los libros Plumbios
Barrio de Sacramonte y sus cuevas
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