sábado, 8 de octubre de 2011

El cadáver de Boisaca , el joven que no existió

                
                                                           

Santiago de Compostela, 5 de Mayo de 1988.
El expreso de Rías Altas se había puesto en marcha, como cotidianamente. Al tomar la curva cercana al puente de Paredes, y según se relata en los centenares de documentos que componen el dosier policial, una silueta surgió de la nada, rompiendo la oscuridad de la noche. Espantado, Aíra Martínez hizo sonar las señales acústicas del tren ante la total indiferencia de aquel sujeto que deambulaba agitando los brazos por el interior de la vía, dando la espalda al convoy en una actitud inexplicable. Poco más pudo hacer. Fueron segundos, milésimas, tiempo suficiente para que en la retina de este empleado de RENFE quedara grabada la última mirada de aquel desgraciado, que en el último instante, giró la cabeza para observar la máquina que se le echaba encima.
 

La inspección policial arrojó los siguientes datos:
" El fallecido era un varón de aproximadamente 1'65 metros, raza blanca, complexión normal, pelo negro, corto y liso, ojos castaños, orejas muy separadas, rotadas hacia adelante y sin circunvoluciones. Vestía una camisa gris muy azulada; jersey gris con hombreras de eskay, pantalón negro y zapatillas deportivas de color blancas, estas eran un 43 cuando realmente al pié le correspondía un 39. La vestimenta también era varias tallas mayores. En los bolsillos del pantalón portaba tres billetes de 5.000 pesetas cuidadosamente doblados, uno de 1.000 pesetas y dos monedas de 5 pesetas.

“En diversas ocasiones se ha participado en programas de televisión nacionales. Como consecuencia de uno de ellos tuvimos cuatro llamadas, procedían de Icod de los Vinos en Tenerife, de Ceuta, del barrio madrileño de Carabanchel, y por último, de Figueroa, una aldea cercana a Santiago. Eran personas que decían que podría tratarse de algún familiar desaparecido. Tras realizar un cotejo dactiloscópico con las fichas de estas personas comprobamos, lamentablemente para la identificación y afortunadamente para estas personas, que ninguna de ellas se corresponde”.

 
Su inquietante rostro añadía más incógnitas al controvertido asunto. La cabeza era desproporcionadamente voluminosa, poseía dentición completa con algunas piezas afiladas y salientes. Pero el dato que más llamó la atención de los especialistas fueron las orejas; las tenía absolutamente planas, rotadas hacia delante y sin dibujo alguno en su interior.
Sus rasgos faciales y pabellones auditivos sin marca alguna reflejaban primitivismo y oligofrenia propia de enfermos psíquicos profundos.
La sepultura 7.621
La sepultura municipal de la beneficencia de segunda clase número 7.621 había sido la última morada del misterioso protagonista. En las dependencias municipales se nos informó que esos restos mortales habían sido trasladados el 14 de septiembre de 1995 a la fosa común tras prescibir el plazo asignado a las sepulturas de este tipo. En las mismas páginas del registro, y como colofón a lo dictado sobre esos restos mortales, aparecía una rotunda frase: No se puede consultar, algo que ni el sorprendido funcionario de recias melenas que tan amablemente nos atendió logró comprender. ¿Qué significado tenía aquella orden? ¿Por qué tanto secreto en torno a este cuerpo?...

Ante tanto secretismo, decidimos encaminarnos al viejo cementerio municipal, distante varios kilómetros de la ciudad. Siguiendo meticulosamente los planos, logramos situarnos en la zonza donde presumiblemente descansaba el cuerpo del “joven de la vía”, pero tras un minucioso rastreo pudimos comprobar que se había perdido toda referencia a cerca de la sepultura 7.621.En un mapa situado en una de las esquinas del lóbrego recinto observamos que precisamente esa sepultura faltaba. Simplemente no aparecía. La 7.620 y la 7.622 estaban perfectamente indicadas, pero la que albergó el cuerpo del difunto que perseguimos parecía haber sido tragada por el aire.
Un ejemplo clave y muy bien documentado de esa posibilidad encarna l suceso protagonizado en el verano de 1950 por el comerciante norteamericano Rudolf Fenz.
La policía encontró varias tarjetas y documentos pertenecientes a este hombre en los bolsillos del cuerpo que acababa de ser arrollado por un furgón en plena Quinta Avenida neoyorquina. Vestía traje impecable y muy anticuado, de telas demasiado gruesas para la época del año en la que se encontraba. La levita negra y los puntiagudos zapatos de hebilla le daba un aspecto de lord británico del pasado siglo. En el interior de los bolsillos, los agentes requisaron además varios billetes ya retirados de la circulación, y una carta perfectamente conservada dirigida a Rudolf Fenz con un matasellos… de 1876.
Ante tan extraño caso, las autoridades investigaron hasta el límite técnico y humano disponible. Las conclusiones fueron sobrecogedoras. Se localizó el nombre de Rudolf Fenz Jr. En un antiguo listín telefónico. Corroborados estos datos, se certificó que ese varón, fallecido hacía un tiempo, era el hijo de una persona del mismo nombre desaparecida inexplicablemente varios años atrás mientras paseaba por una vereda próxima a su domicilio. La sorpresa máxima de las autoridades judiciales se produjo tras el descubrimiento de que en las listas de desaparecidos de Norteamérica en 1876 aparecía ese nombre, el de Rudolf Fenz.
El punto final a este caso lo ponían las decenas de testimonios recogidos por la policía antes de llegar a las últimas indagaciones. Todas las personas presentes en el accidenta aseguraron que aquel individuo fue atropellado repentinamente, surgiendo casi instantáneamente bajo el automóvil, sin dar tiempo a reaccionar al conductor. Para muchos era como si en medio de la calzada hubiera aparecido un despistado hombre dando la espalda al intenso tráfico de la Quinta Avenida. Las preguntas son inevitables: ¿Era el genuino Rudolf Fenz el infortunado difunto? ¿Qué clase de fuerza lo había transportado en el tiempo y el espacio depositándolo en medio de la concurrida calle? ¿Podría tratarse de un salto de semejantes características el que provocó el accidente de Boisaca? ¿Era el joven atropellado víctima de una “broma adimensional”?
Este es un caso que ha fecha de hoy sigue siendo uno de los casos más enigmáticos y misterioso de la historia de España.  

  
 

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