sábado, 24 de diciembre de 2011

El niño de Somosierra

                          EL NIÑO DE SOMOSIERRA

Este es uno de los casos, por no decir, el caso más entrañable e inexplicable de la historia de desapariciones en España, que como bién se sabe, al año desaparecen más de 1000 personas.
Las Cánovas ( Murcia ), 24 de Junio de 1986, 19:00
"El camión Volvo F.12 de Andrés Martinez arrancó transportando 20.000 litros de acido sulfúrico "óleun" en sus tanques.
Recoge a su mujer Carmen Gomez y a su hijo Juan Pedro Martínez. Despidiéndose de sus abuelos emprendieron un viaje rumbo a Bilbao.
Tras varias paradas y consumiciones entraron en la provincia de Madrid.
Tragedia en Somosierra
El camión se pone inexplicablemente a más de 140 Kms por hora y en una de las variantes de la antigua carretera nacional  I derrapa chocando frontalmente con otro vehículo de gran tonelaje saliéndose de la calzada e impactando con otra hilera de vehículos que circulaban tras él. El Volvo F-12 se estrella contra una arboleda, debido al choque, penetró en la cabina ácido sulfúrico que transportaba, carbonizando a los conductores. Sólo aparecieron dos cuerpos calcinados de mediana edad, pero del tercer ocupante ni rastro en su interior.
Pesquisas posteriores indican que el tacógrafo del Volvo marcaba con nitidez que se habían producido varias y anómalas detenciones al bajar el puerto de Somosierra.
Tragado por la nada
En el interior de la cabina no había ni un solo pelo de Juan Pedro Martínez. Se inspeccionó durante horas el habitáculo y solo se encontró la goma de la zapatilla deportiva que, según todos los indicios, sí pertenecía al joven. El vehículo fue trasladado hasta el depósito de Colmenar Viejo, municipio madrileño donde se instruirían todas las diligencias al respecto.
Allí un equipo de la Policía Científica realizó varias pruebas con el ácido sulfúrico óleum de 90 por 100 de pureza que transportaba la cisterna con el objetivo de comprobar si una gran cantidad de sustancia podria haber hecho desaparecer el cuerpo del niño. Lógicamente los estudios preliminares descartaron por completo esa posibilidad. Una hipótesis que enseguida se barajó en todo el país ante lo inexplicable de la situación.
El prestigioso químico Alberto Borrás no tuvo reparos en confesar ante nuestras cámaras que: “ es totalmente imposible que el cadáver hubiese disuelto por el ácido en tan breve tiempo. Se tendría que haber generado una bañera artificial con los herrajes del camión y haber quedado allí atrapado el cuerpo, sometido a la acción de un ácido que se removería constantemente en su fluido. Además, siempre tendrían que haber quedado restos de los huesos, muy ligeros y convertidos casi en sulfato cálcico, flotando sobre el propio líquido “.
Pasados cinco días del accidente, y con carteles de Juan Pedro distribuido por todo el país solicitando información, surgió un nuevo y extraño rumor. Al parecer, el tacógrafo del Volvo marcaba con nitidez que se habían producido varia y anómalas detenciones al bajar el puerto de Somosierra. 
El tacógrafo , como si se tratase de la caja negra de los camiones, es un disco circular de papel que recoge con máxima fiabilidad el número de detenciones, aceleraciones bruscas y demás movimientos realizados por el conductor. Cuando se extrajo el del camión siniestrado, se comprobó que se habían efectuado doce paradas en los pocos kilómetros de ascenso al puerto. Después, y según indicaba el chivato de papel, Andrés Gomez había puesto el vehículo al máximo de velocidad.
Llamados a declarar, los testigos que circulaban aquel amanecer confesaron haber observado una furgoneta blanca que a toda velocidad precedía al Volvo F-12. La pregunta que quedó suspendida en el aire era clara y nítida: ¿ Perseguia el camión a la furgoneta ?, y si es así, ¡ cuál era el motívo de ese descenso suicida ?, ¡ estaría ya Juan Pedro en el vehículo de unos hipotéticos secuestradores ?.
A los pocos días, y mientras la confusión se apoderaba de todo lo relacionado con el niño de Somosierra, dos testigos presenciales, pastores que no quisieron facilitar su identidad, confesaron haber observado, nada más estrellarse el camión, como dos extraños individuos de altura muy considerable, tez blanquecina y batas estalladas y blancas hasta los tobillos salían de un vehículo y se aproximaban a los restos humeantes de la cabina. Entre el escándalo formado por el resto de camiones colisionados y la incipiante caravana, estos dos " extranjeros " recogieron algo parecido a un gran bulto y huyeron del lugar.
También se especuló que se había visto una furgoneta blanca " Nissan Vannete, y fueron investigadas una gran cantidad de furgonetas.
Una niña del pueblecito pacense de Alburquerque que aseguró haberse encontrado a un niño de unos diez años que se refugiaba en una vieja ermita derruida de las afueras de la localidad. Según se informó en el sumario oficial del caso, la niña, única testigo de la presunta presencia de Juan Pedro en Extremadura, incidío en que durante tres jornadas entabló amistad con el muchacho e incluso le llevó comida ya que, según declaró, se encontraba hambriento y sucio. Los interrogatorios y pesquisas pertinentes demostraron que la historia urdida por la niña carecía de cualquier fundamento.
Casi un año después del accidente de Somosierra se produjo la también insólita desaparición de David Guerrero Guevara, el célebre "niño pintor de Málaga" que fué tragado por la nada una tarde a principios de Abril de 1987. Nadie volvió jamás a saber de él, y la sensación de que algún tipo de organizaciones dedicadas a la prostitución infantil o incluso de tráfico de órganos, operaba en esa época en nuestro país se hizo popular causando debates y polémicas a todos los niveles.

Oliver Larch, un niño de 11 años de edad
Según relatan los investigadores que conocieron la historia in situ, los hechos se prodijeron en la nochebuena de 1890 en la aldea norteña de Southbend, en las desérticas planicies de Indiana. Eran varias las personas influyentes que se reuinieron esa fecha señalada en casa de John Larch dispuestos a dar cuenta de una opípera cena. Sobre las once de la noche se le ordenó a Oliver, de once años recién cumplidos, transportar un enorme cubo de metal para llenarlo con agua del pozo. Con gruesas botas, abrigo oscuro y una bufanda, el muchacho dió varios pasos en la nieve en dirección al pozo situado a unos 75 metros de la vivienda. Apenas transcurrieron veinte segundos cuando las personas que disfrutaban de la cena en el interior de la casa escucharon la angustiosa voz de Oliver gritando y pidiendo auxilio. Al salir al exterior la familia y los invitados se encontraron con la desoladora imagen del cubo tirado en la nieve y unas quince huellas frescas que se cortaban en seco en la rectilinia llanura. Del niño no había ni rastro. Tan sólo el leve murmullo de lo que antes había sido su voz alejandose en las alturas. Hasta las huellas de Oliver no se había apróximado ninguna otra que pudiera clarificar que había sido atacado por algún animal del bosque. Y la policia Montada fue la encargada de descartar la presencia de una ave raptora que pudiese haber elevado hacia los cielos el cuerpo de Oliver, Así, el caso se mantuvo abierto y a la espera de nuevos datos durante un cuarto de siglo.
Los padres de Oliver y los testigos de aquella trágica noche jamás volvieron a tener noticia del pequeño. Y lo mismoocurrió con un puñado de chiquillos, como el británico Toni Bowman, desaparecido en circunstancias parecidas en el verano de 1955, a lo largo del siglo XX.

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